Una de las meditaciones más poderosas y enseñanzas más bonitas que nos ofrece el budismo, consiste en realizar la vacuidad.
Esta idea que a muchos/as nos cuesta asimilar, sostiene que los objetos, las personas y los fenómenos que se nos presentan carecen de una realidad inherente. No están anclados a una esencia ni existen por sí mismos.
Las cosas están vacías de ser, por ello sólo pueden estar en un estado de perpetuo devenir.
¿Existe una esencia? reflexiones de la vacuidad
Esta idea es difícil de realizar para quienes estamos acostumbrados/as a tradiciones europeas de concebir el mundo.
Recordando las clases de filosofía del instituto, sabemos que Platón sostenía que hay un mundo físico en el que vivimos, en el que sólo vemos representaciones, o lo que llamaba “sombras” del mundo metafísico habitado por las cosas en estado ideal.
Según esta tradición de pensamiento nos ha tocado vivir en el mundo imperfecto, la caverna, en el que todo objeto, animal o planta, es una representación de su forma esencial a la que sólo se puede acceder gracias al pensamiento.
Así nos hemos acostumbrado a que hay una cosa llamada esencia y otra presencia. Alma y cuerpo. Idea y forma. Gran parte del pensamiento occidental ha consistido en intentar acceder a este mundo metafísico en el que reside la verdad oculta de las cosas.
De momento, nadie ha llegado.
En cambio la vacuidad nos dice que no hay una esencia de las cosas que sea diferente a su presencia. Las cosas siempre están en un estado de continuo presente.
Como nos enseña el Venerable Gueshe Kelsang Gyatso, las cosas se nos presentan de forma determinada dependiendo de un conjunto de causas y condiciones que contribuimos a crear. Pero las cosas no son, tan sólo están siendo.
Una de las meditaciones más poderosas y enseñanzas más bonitas que nos ofrece el budismo, consiste en realizar la vacuidad.
No hay una esencia detrás de las cosas que las otorgue de una realidad inherente. Las cosas siempre están vinculadas de forma interdependiente a un continuo presente. Cuando entramos en un bosque con miedo, percibiremos un bosque amenazante.
Cuando veamos un objeto con codicia, nos relacionaremos con ese objeto desde el apego. Pero ni el bosque ni el objeto son inherentemente amenazantes ni fuente de apego. Esas condiciones y mentes las producimos nosotras mismas.
Hemos de comprender que, a nivel último, nada es verdad excepto la vacuidad. Los objetos convencionales, como las personas, los árboles, los átomos y los planetas, tienen una realidad relativa, que los distingue de los objetos inexistentes, como, por ejemplo, un unicornio o un círculo cuadrado.Sin embargo, solo la naturaleza última o vacuidad de los fenómenos es verdad porque es el único fenómeno que existe del modo en que aparece. Los objetos solo existen en relación con la mente que los percibe. Nuevo ocho pasos hacia la felicidad – Gueshe Kelsang Gyatso
Aprendemos que cuando meditamos en la vacuidad podemos hacerlo enfocando nuestra concentración en la vacuidad de las cosas o de las personas. Al igual que pasa con las cosas, no hay una esencia detrás de las personas, cada una es un proceso.
Las personas, nosotros/as mismas, estamos en constante mutación y cambio. Por eso, cada vez que estamos frente a otra persona, ésta se nos presentará de una forma u otra dependiendo de la mente que tengamos.
Por eso es tan importante deshacernos de nuestras mentes de enfado, odio, apego, desconfianza o miedo, de lo contrario los mundos que se nos presentarán estarán profundamente teñidos de estas cualidades.
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Si meditamos en la compasión, el desapego o el amor, contribuiremos a que el mundo de las personas y cosas que nos rodean se presenten bañadas por esa luz. Al principio muchos podemos confundir la vacuidad con la nada, pero la maestra guen K. Lochani nos advierte que eso es un error.
La vacuidad es sinónimo de plenitud. La plenitud de la interdependencia y de la presencia continua. De la paz que genera en nosotros/as compartir esa sensación de bienestar con el mundo.
Realizar la vacuidad. Por: J.R. Estudiante Programa Fundamental